Por obra de los comentarios ignorantes y malintencionados
de la gran prensa, de la televisión, de los libros y de toda autoridad, resulta
tremendamente difícil dar a entender que el anarquismo no es sinónimo de
terrorismo, sino un ideario social que busca la íntegra liberación de los individuos
y que para concretar aquel anhelo existe toda una heterogénea red de ideas,
espacios y propuestas prácticas. Los anarquistas anhelan el fin de la
explotación y de la autoridad coercitiva en todos sus sentidos. Por lo mismo,
se estima que la ignorancia y la desigualdad del desarrollo intelectual también
es una traba a vencer, en tanto el desnivel cultural crea jerarquías que pueden
degenerar en la dependencia o, en el engaño de unos sobre otros. Así las cosas,
la cultura vendría a ser una trascendental herramienta para la liberación.
Hoy por hoy, la educación es una demanda universal, nadie
ignora su importancia en la vida social y, de hecho, en su nombre se han
desarrollado no despreciables agitaciones estudiantiles en los últimos años,
aunque las demandas clásicas –“más y mejor educación”- son más antiguas que el
hilo negro. Ahora bien, para la mayoría de los sectores movilizados, la
solución al problema pasa por un rol más activo del Estado en la materia,
puesto que hoy el sector privado ya no tiene contrapeso. Nosotros, en cambio,
invitamos a crear alternativas fuera de los espacios otorgados por la
institucionalidad gubernamental, lejos de su tutela y libres de los prejuicios
autoritarios, competitivos y nacionalistas, de sus salas de clase.
Históricamente, el anarquismo ha puesto un interés
prioritario en el cultivo de la educación, puesto que ésta, según los mismos,
es un espacio y una herramienta para la liberación. “Combatiendo la ignorancia
derrotareis al fascismo” anunciaban sus carteles en la guerra civil española.
En este sentido, y gracias a la contribución de variadas experiencias, ha sido
posible la configuración de un cuerpo teórico y práctico en donde se agrupan
las ideas educacionales de los anarquistas. Ese sistema de propuestas se conoce
como la Pedagogía Libertaria[1],
la cual busca, a grandes rasgos, la creación de espacios de educación, en donde
la enseñanza esté libre de autoridades coercitivas, facilitándose así el
conocimiento en función a las aspiraciones y capacidades de los educandos, en
donde se eliminen el castigo y los premios, reemplazando el dogma social actual
de la competencia por las prácticas de solidaridad, buscándose al mismo tiempo
la armonía con las demás especies animales y vegetales y con la tierra misma.
Aspiraciones que, dentro de la lógica antiautoritaria, deben vivirse de forma
autónoma frente al Estado, sostenidas mediante la autogestión, y con el
objetivo prioritario de contribuir al desarrollo interno e integral de cada
participante, es decir, lejos de la lógica privada y estatal que solo crea
técnicos o ciudadanos adiestrados en la sumisión.
Uno de los hitos más importantes en el desarrollo de las
ideas pedagógicas libertarias fue la experiencia y las enseñadas aportadas por
la Escuela Moderna fundada por
Francisco Ferrer[2],
en Barcelona y en los primeros lustros del siglo XX. Aquella iniciativa surgió
para desplazar la hegemonía quela Iglesia Católica tenía sobre el sistema
educacional español. Situación que repercutía, según la Escuela Moderna, en que
los niños sólo asimilaban prejuicios religiosos y patrióticos en los colegios,
en lugar de abrir sus mentes a la ciencia y a un conocimiento experimental, en
laboratorios o en excursiones al aire libre. Los chicos y chicas debían conocer
las causas de los males sociales para luego combatirlos. Había que enseñar
historia de la religión e historia de las guerras, para luego combatir ambas
situaciones. Hay que mencionar que en aquellos días la identificación de la
Iglesia y los sectores poderosos de la región española era demasiado evidente.
Uno de los principales problemas vistos en la propuesta
de la Escuela Moderna, era el peligro de que las ideas políticas de sus
promotores actuaran como nuevas barreras de prejuicios para la educación de los
educandos. Así por ejemplo, el educador local Cesar Godoy, escribe al respecto
(y en su calidad de exiliado de la Dictadura Ibañista, 1927-1931): “La Escuela Libre debe estar expuesta a todos
los vientos de renovación, pero no puede ocupar una posición beligerante en el
campo social. Entiéndase bien: no puede, sin amenguar la personalidad del niño,
catequizarlo en nombre de ningún ismo, sea este anarquismo, liberalismo,
socialismo o catolicismo”.
En la región chilena y durante las primeras décadas del
siglo XX, los anarquistas fueron un vertical actor en los movimientos de
reivindicación social. Y en su actuar no podían dejar de lado sus ideas sobre
pedagogía libertaria. Quisiéramos reseñar algunas de aquellas ricas
experiencias para darlas a conocer y para ver si algún compañero o compañera se
anima a investigarlas con su necesaria detención.
Los anarquistas fundaron ateneos culturales y escuelas
nocturnas, centros de estudios sociales y grupos de difusión y distensión
cultural tales como las filarmónicas y los cuadros artísticos y teatrales.
Dieron conferencias y fundaron variados, dinámicos y muchas veces fugaces,
espacios de difusión cultural. Mas, aquel interés por la educación entre los
trabajadores no les era exclusivo, de hecho socialistas y reformistas también
lo practicaban. Pero hubo particularidades que hacen de aquellas iniciativas
anarquistas únicas en su tipo. He aquí una somera revisión de algunas.
En Santiago, entre 1912 y 1916 funcionó el Centro de
Estudios Sociales Francisco Ferrer, en cuyo seno convergían artesanos, obreros
y estudiantes, a conferencias sobre diversos tópicos: desde la actualidad
política hasta temas científicos, pasando por discusiones sindicales,
divagaciones sobre Nietzsche, o las no escasas veladas al son de la poesía y la
música libertaria. Ahora bien, a pesar del nombre del Centro no se conoce de
una experiencia de escuela libertaria en el interior del mismo. De hecho,
sabemos que un anarquista originario de la región argentina, llamado Daniel
Antuñano, intentó crear una pero la idea no fructificó porque entre los
“compañeros” unos consideraron que no había profesores debidamente preparados
para tal misión, mientras que otros arguyeron la ausencia de recursos. Después
de un tiempo Antuñano se fue a vivir a Viña del Mar participando del Centro Defensa y Despertar de la Mujer
y fundando allí, en 1913, un espacio para la libre pedagogía. Manuel Rojas
recrea a Daniel en uno de sus personajes novelescos y en su boca pone estas
palabras: “Si los camaradas fundan una
escuela moderna, por pobre que sea, yo seré el profesor, enseñaré lo que sé y
lo que vaya aprendiendo, no un profesor propiamente dicho sino un estudioso
mas, uno que estudia al mismo paso que sus alumnos.” Por su parte,
desde Iquique los anarquistas de El Surco
recordaban un par de años más tarde la pujante actividad de aquel hombre libre:
“Y eso que no era un Pedagogo, no era un
catedrático; era un simple obrero estudioso como los hay muchos entre nosotros”.
Lamentablemente la iniciativa no duró demasiado puesto que su inspirador murió
tiempo después –en 1917- atropellado por un tren. De esta experiencia podemos
recoger dos ideas fundamentales: primero, no es necesario ser un intelectual o
un experto para levantar estos proyectos y, segundo, es fundamental que
aquellos sean eficientemente colectivos, para que su existencia no dependa del
ánimo, o en caso extremo, de la vida de un solo hombre.
En octubre de 1919 y en una salida al campo, en las
cercanías de Santiago, quedó constituida la organización educacional libertaria
Generaciones Nuevas. La tesorera
de esta iniciativa, Isabel Morales, nos cuenta al respecto: “Esta institución tiene como objetivo
principal el instruir a los niños de los compañeros y los trabajadores en
general en el entretenimiento y la sana alegría, dando lecciones al aire libre.
Se enseñarán declamaciones, gimnasia sueca y canciones de la Escuela Moderna.
Se publicará además un boletín de orientación racionalista para que así las
madres, puedan educarse e instruir a sus hijos dentro del mayor respeto para
con la personalidad de los mismos, sin prejuicios ni falsedades”.
No obstante la riqueza de la experiencia, hoy por hoy sabemos que el cuidado de
nuestras criaturas no es tarea exclusiva de las compañeras, es una tarea común,
una responsabilidad mutua.
En el norte, en Iquique, hubo un peculiar intento de
pedagogía libertaria. Entre 1922 y 1923, Justo Goicochea, antes cercano a los
socialistas y ahora partícipe de las actividades culturales del Centro Anárquico La Brecha, editó
cinco números del periódico La Escuela
Moderna. Allí si publicaban temas de carácter científico al tiempo
que su redactor ofrecía sus servicios de instrucción cultural y racionalista a
los gremios obreros.
Por último, nos gustaría consignar la actuación de Manuel
Márquez, maestro primario y activo anarquista, afiliado entonces a los
Trabajadores Industriales del Mundo (IWW), quizás la organización anarquista de
más renombrada actuación en la región chilena. Aparte de ser un entusiasta
seguidor de la pedagogía libertaria, Manuel era profesor, o lo fue hasta que lo
destituyeron de su puesto en el pueblito de Victoria, en la actual Araucanía,
por publicar el libro Mi Palabra
Anarquista (Lux, 1922). Luego de ser despedido, Manuel se hizo
zapatero pues aquel oficio, artesanal e independiente, calzaba –a su entender-
mejor con sus ideas anarquistas. Tiempo después publicaría A las Mujeres, un folleto
orientado a concientizar sobre la causa de la liberación femenina, tarea no fácil
en un contexto marcado por el machismo, incluso a veces entre los mismos
libertarios. Recordemos que estamos en los años veinte y ni siquiera hoy se
superan tales problemas.
Ahora bien, sobre la pedagogía libertaria, este peculiar
profesor nos dice: “Las escuelas actuales son
incubadoras de lacayos y dementes. Ahí se forman los esclavos modernos que se
llaman ciudadanos. La escuela de hoy, lo mismo que la iglesia y el ejército, es
un sostén de la burguesía canalla. Al hombre inteligente le cuesta mucho
limpiarse de las farsas que le inyecta el maestro de escuela”. Sin
embargo, a su juicio, la responsabilidad tampoco es exclusiva del educador
puesto que: “El profesor está condenado a ser
un déspota para asegurar el resultado del curso, porque si no, peligra el
sueldo, miserable cantidad de metales o papeles, que no alcanzan para vivir!
Los padres de familias ignorantes o llenos de prejuicios, mandan a aprender a
plazo a sus hijos”.
En el mismo diagnóstico Márquez apunta: “No se usan métodos racionales y casi todo se
enseña de memoria, no se toman en cuenta los sentidos, ni las capacidades, ni
la utilidad de las materias!”. Como se puede ver, mucho antes de
que aparecieran las propuestas pedagógicas de Paulo Freire, tan celebrado hoy
entre los educadores “populares”, ya había hombres exigiendo la coherencia
entre lo enseñado y la vida cotidiana de los educandos.
Siguiendo el trágico final de Daniel Antuñano, el de la
escuela moderna de Viña del Mar, Manuel murió ahogado en el río Cachapoal, el
14 de febrero de 1925. Sin duda deben existir varias experiencias más: aquí
sólo hemos visto algunas. Este artículo ni siquiera a tocado temas tan
fundamentales en cuanto a la pedagogía libertaria como la vocación hacia la
autoeducación. Con esta consiente omisión se evidencia lo complejo y amplio de
la propuesta.
Pero la historia no sirve de mucho si no llevamos a la
práctica estas ideas. Hoy por hoy urge trabajar por crear espacios de educación
más allá de las garras autoritarias del Estado y libres al mismo tiempo de las
enfermizas pasiones competitivas del orden salarial de nuestros días. A
nosotros las promesas del sagrado día de la revolución ya nos han aburrido
bastante; la sociedad nueva, aquella sin amos ni esclavos, esa sociedad de
hombres libres, es posible construirla hoy. Pero hay que trabajar duro por
ella, sobre todo para evitar que estas ricas experiencias, en este caso
pedagógicas, no se vuelvan sectarias. Hoy existe un tremendo interés por la
pedagogía libertaria entre nuestras gentes, hay que bregar por colectivizar
esta bella idea. Se están publicando libros, se están abriendo espacios,
algunos han fallado, pero no se aprende sino haciendo y observando, criticando
lo que se hace y lo que se ha hecho.
Aparte de estas instancias, al parecer genuinamente libertarias,
hay otras que pueden ser creadas o utilizadas para ir arrebatándole espacios al
Estado. Sin ir más lejos, a lo largo de toda la región chilena, hay miles y
miles de hombres y mujeres, adultos, que no saben leer y escribir. Situación
que en la mayoría de los casos, no todos, se debe a que desde chicos se vieron
obligados a trabajar porque la plata era demasiado escasa y porque en esa
situación la escuela no daba mejores alternativas. Por experiencias personales,
hemos escuchado más de alguna vez, con lágrimas, maldiciones y puños crispados
de por medio, las diversas formas en que se los ha pasado a llevar. Desde
humillaciones públicas hasta despidos injustificados y sin derecho a réplica.
Hay espacios para actuar: este, el de la alfabetización, así como tantos otros,
son vacíos abiertos en los cuales podemos trabajar. Y no se piense en
asistencialismo, pues si yo no sé, por ejemplo, podar árboles, le pediré a uno
que se maneje en aquella materia que me enseñe. De esta forma se anula la
jerarquía por conocimiento puesto que al aprender este nuevo asunto ya no
dependeré como antes de la opinión de quien me ayudó. Por eso es que si
conocemos a alguien que no sabe leer, es perfectamente legitimo ofrecernos en
su ayuda. Al Estado no solo se le combate en sus lugares comunes.
Así las cosas, el llamado es a despertar las prácticas de
educación libertaria, desde las que podamos levantar para nuestra autoeducación
y la de nuestras criaturas, hasta las que no necesariamente nacen de nosotros.
Después de todo, la pedagogía anarquista tiene aun mucho que decir y aportar.
El 13 de octubre de 1909, fue fusilado tras un bullado
montaje en Barcelona, el educador anarquista Francisco Ferrer. Ha pasado un
siglo desde entonces. Esa fue la excusa para escribir estas palabras. Hoy,
nuestro mejor recuerdo es el rescate, pero sobre todo, la crítica, la revisión
y la puesta en acción de sus ideas. Adelante, por la anarquía y la libre
comunicación de los conocimientos.
Manuel de la Tierra.
Octubre de 2009.
Fuentes utilizadas:
Humanidad. Revista
Libertaria (Buenos Aires), Octubre 1927.
Manuel Rojas, Sombras Contra el Muro, Quimantú,
p. 150-152.
El Surco (Iquique),
15/10/1918 y 13/3/1925.
Verba Roja, 2º
Q./10/1919.
El Sembrador (Iquique)
30/9/1922 y 10/2/1923.
Acción Directa (Santiago),
2ªQ/5/1925.
Tribuna Libertaria (Santiago),
2ªQ/3/1925.
La Batalla (Santiago),
en 1913.
La Escuela Moderna (Iquique),
1922-1923.
[1] Sobre las ideas generales de la experiencia
de Francisco Ferrer así como de la pedagogía libertaria, nos hemos basado
principalmente en la edición monográfica de la revista Tierra y Libertad, región española,
agosto de 2009. En el sitio de Paideia (Barcelona) y en la fundación Francisco
Ferrer.
[2] Sobre Francisco Ferrer es necesario indicar
que fue fusilado porque se le culpaba de dirigir el levantamiento general
(Semana Trágica) que en julio de ese año (1909) había causado la destrucción de
numerosas catedrales y conventos, así como cuantiosos costos a la propiedad
privada. Un movimiento cuya causa primera era la resistencia de los
trabajadores al reclutamiento forzoso que sobre ellos recaía. Junto a tres
obreros más, se culpaba a este hombre de planear y desencadenar la ira del
pueblo contra quienes no hacían más que oprimirlos. Años más tarde, la misma
justicia que lo mató, reconoció su inocencia y el montaje, una vez más, quedó
al descubierto.
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